La Joven Solitaria



La joven caminaba con gracia sobre el puente levadizo que unía al muelle con la cubierta del Reluciente trasatlántico, ignorando los suaves vaivenes producidos por  las olas del mar que bajo sus pies golpeaban el casco del navío, a su alrededor otros pasajeros la miraban con enojo , su lento andar obstaculizaba el tránsito de los demás, ella miraba de  reojo alzando sus cejas con desdén, tal arrogancia ocultaba su miedo a lanzarse a cruzar el enorme océano después de haberlo perdido todo, sin más pertenencias que una pijama en su maleta, un boleto en tercera clase al nuevo mundo y  lo que tenía puesto, no mostraría su dolor, no, eso jamás,  ella seguiría siendo una dama de alta sociedad pese a todo y ante todos.  Su frágil figura entro junto a la multitud en los estrechos pasillos del buque, golpeo el ojo de un pasajero con su paraguas color rosa, quien le respondió con un gruñido, sentía que el respirar se le hacía difícil, los olores de los inmigrantes eran tan distintos como nacionalidades había a bordo, Gitanos, Irlandeses, Escoceses, Alemanes todos formaban un rio humano que llenaban los pasadizos del enorme barco, se consoló al ver colgado de la pared un pequeño cuadro donde estaba pintado al carboncillo un Sauce llorón, vaya si era una coincidencia del destino, - Un árbol que parece llorar visto por unos ojos bañados en lágrimas-  pensó,  y es que aún vivía en ella esa poetisa que otrora recitaba versos en las cenas realizadas en las casas de alcurnia, El golpe en su brazo por un niño que pasó corriendo la hizo volver a su realidad, pronto se encontraría en su camarote, seis personas más compartirían el pequeño espacio, la mirada lasciva de un hombre mayor la hizo sentir incomoda, afortunadamente le fue asignada una pequeña cama lejos de aquel extraño, el toser de una mujer indicaba unos pulmones invadidos de gérmenes, un pequeño sentado en las piernas de su madre disfrutaba de una golosina, dos mujeres de humilde aspecto conversaban en un idioma que ella no comprendía, la  escotilla entre abierta permitió entrar la  brisa suave del mar y los cantos de las gaviotas, se sentó con elegancia, tuvo cuidado de arrimar su equipaje al borde del catre, se quitó los guantes, sus manos ahora descubiertas eran blancas como la nieve parecía que ninguna célula sanguínea circulaba por sus venas, entro en ese momento un joven marinero quien pidió a todos los presentes sus respectivos boletos para verificarlos, entonces ella abrió su maleta, cuidando que no se viera lo vacía que estaba, extrajo el papel y lo mostró al tripulante quien después revisarlo le dijo con una sonrisa en sus labios
 - señorita, bienvenida a bordo del Titanic –




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