Un tórrido acuerdo




Era un ocaso hermoso, sobre el horizonte el arrebol mostraba todo su esplendor en él cielo de la tarde, el hombre lo admiraba con el mismo placer que sentía al tocar las gotas de roció matutino las cuales se posaban sobre las flores de su pequeño jardín todas las mañanas,  era un hombre que disfrutaba los extremos del día, debido a que eran los únicos momentos en los cuales podía relajarse, las horas siguientes estarían ocupadas por su arduo trabajo de médico, a los lejos, las grandes torres se elevaban al cielo como amenazantes espinas, las chimeneas de las fabricas expelían sus gases dando la impresión de geiseres inmensos – la ciudad es una célula que nunca para- pensó,  mientras se encontraba  sentado en el pequeño banco de la terraza de su amplio apartamento, disfrutaba del espectáculo brindado por esa porción de naturaleza que le rodeaba, se tocaba la garganta debido a la molesta laringitis que padecía desde hacía varias semanas y le impedía temporalmente ejercer su trabajo de cirujano en el hospital de la ciudad, odiaba estar en  casa por mucho tiempo, la necesidad de tratar a sus pacientes era un hábito difícil de dejar, un sonido claro y limpio llegó a su oído proveniente del canto de una pequeña ave que se posó en la baranda, - buenos días-  le dijo al pájaro quien respondió alzando su vuelo, se despidió del canario con una sonrisa mientras se levantaba de su asiento, se acercó a la mesa puesta por su criada hacia poco, la voluptuosa mujer vertió el agua caliente sobre las hojas de té negro, le dio un sorbo a la oscura bebida, dirigió su mirada a la espalda de la joven doméstica, quien ocupada limpiaba los trastes, el movimiento hacia que las carnes debajo de su vestido se movieran con fuerza, dejó la taza sobre la mesa, dio unos pasos en dirección a la chica estando ella aun distraída en sus quehaceres, sin ella presentirlo la tomó por la nuca con fuerza inclinándola bruscamente sobre el tope de frío mármol, levanto su vestido negro dejando al descubierto unos  firmes glúteos , con la otra mano agarró el aceite utilizado para aderezar las ensaladas y lo vertió en la espalda baja de la joven quien se resistía inútilmente a la fuerza del galeno, el líquido amarillo bajo por la línea de sus nalgas llenándolas del viscoso elixir, de la pijama el hombre sacó su miembro erecto penetrando de forma violenta a la chica, por esa cavidad deseada por muchos hombres y que pocas mujeres son capaces de dar, la embistió con fuerza haciendo estremecer todo el cuerpo de la fémina,  la  aparente lucha había terminado, ahora la sumisión era parte del juego, así estuvo por varios minutos entrando y saliendo de aquella estrecha hendidura de su empleada mientras él emitía gemidos de gozo, el clímax nublo su mente, se inclinó rendido sobre el cuerpo de su sirvienta vertiendo dentro de ella cada gota de su blanco néctar, pasado los segundos de placer la soltó y se separó de ella  quien se levantó acomodando sus ropas, se giró hacia él y le respondió con una sonrisa, - gracias - fue la fría respuesta de él a la persona que días tras día se entregaba a sus bajos instintos sin pedir más que techo, comida y un módico sueldo pues el amor no era parte del trato entre ambos, ella no era de  su nivel y jamás lo estaría.








Comentarios

  1. Esta historia fue inspirada en la relación que mantenían el protagonista del libro Memoria de mis putas tristes y la personaje llamada Damiana, obra literaria escrita por Gabriel García Márquez.

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