Olas de angustia
El pequeño
muelle era agitado por la actividad, hombres iban y venían en una laboriosa marcha
preparándose para otra jornada de pesca, entre ellos una pareja de pescadores ya
se disponían a zarpar en busca de extraer del mar el sustento para sus
familias, vestidos solo con unos viejos y desgastados pantalones cortados a la
altura de las rodillas llevaban garrafas de combustible al pequeño peñero, unas
botellas de agua, algo de alimentos, y
tal vez una botella grande de licor barato para ingerir durante las próximas
horas que pasarían navegando en medio de la oscuridad de la noche. A lo lejos,
el sol se sumergía en las azules aguas anunciando el final de otro día. Los
hombres gritaron palabras de burla a los demás compañeros pues eran los
primeros en partir, voltearon su mirada y alzando sus brazos en dirección al
atardecer se despidieron de sus seres
queridos, con la confianza que brinda el
haber realizado la misma actividad todas sus vidas.
El motor fuera de borda
aceleró al mando del mayor de los humildes navegantes pese a ser un hombre de
mediana edad pero cuyo aspecto físico gastado por las duras condiciones de la
vida en el mar aparentaba ser bastante mayor, su acompañante era mucho más
joven, se conocían de hacía varios años atrás pues ambos crecieron en el mismo
poblado. El joven se colocó en la proa del bote para indicar el camino
enfilando la nave en dirección al mar adentro. Las olas hacían que el casco del
bote golpeará con fuerza la superficie del agua, ambos marineros sentían la
brisa en sus rostros, una sonrisa se dibujaba en sus labios.
Pese a vivir en la
tierra amaban el agua como los mismos peces, no concebían la vida fuera del
reino de Poseidón, habían nacido en la costa y sus primeros pasos fueron en
dirección al mar, esta inmensa superficie fue su campo de juegos, miles de
veces nadaron desnudos junto a sus pequeños amigos, arrojándose desde peligrosos
malecones, cangrejos y almejas eran sus juguetes, los rayos del sol y la áspera
arena curtieron sus pieles haciéndolas fuertes y resistentes a tan férreas
condiciones costeras. Al crecer se hicieron adultos, morenos por el sol, de
duro aspecto. El mar ya no era su único interés, ahora las mujeres eran sirenas
cuyos cantos les hacían enloquecer, ambos tuvieron experiencias similares,
cautivados por bellas féminas de oscuros cabellos y pieles brillantes con el
color de la canela. Habían conocido el amor como todos los marinos, una noche,
cuando arrojados en la playa, bañados por las espumosas olas fusionaron sus
cuerpos a bellas jóvenes, siendo la luna y la brisa los únicos testigos.
No hay
muchas más labores posibles para quienes el mar era su única forma de vivir que
la pesca, las redes, carnadas y botes eran las herramientas con las cuales
contaban estos hombres para ganarse el pan. Cada anochecer partían en la oscuridad a los
sitios frecuentados por los grandes cardúmenes, allí a la tenue luz de un
pequeño bombillos y con sus redes desplegadas esperaba pacientemente el tener
una fructífera captura, a veces volvían con los primeros rayos del alba llenos
con su preciada carga, otras veces no tanto. Esa noche se tornaba tranquila,
las estrellas tachonaron el cielo por millones, mirar un firmamento tan
despejado era una buena señal para estos pescadores, arrojaron sus redes,
vertieron en el agua trozos de carne ensangrentada como carnada y se sentaron a
esperar que los primeros peces picaran.
Las horas pasaban, las posiciones de
las estrellas indicaban la media noche,
el frio hizo su aparición abrazando de forma inclemente los cuerpos de los
marinos, uno de ellos destapó la botella de licor con alto contenido
alcohólico, tomó un sorbo, el líquido al bajar por su garganta le quemó con tal
intensidad que el hombre arrugó su rostro, pasó el recipiente a su compañero
quien sufrió las mismas consecuencias. Ambos marineros estaban relajados, era
un día normal de pesca. Pronto el bote se ladeo hacia estribor en pronunciados ángulos
de escora sorprendiendo a sus ocupantes, el mar se agitó de forma tal que las
olas movían la embarcación con fuerza. Rápidamente el mayor de los navegantes
intento encender el motor pero este no respondió, un sonido ahogado salía de la
maquinaria pero sin dar signos de funcionamiento, el bote se encontraba en una
posición vulnerable con respecto a la dirección de las olas, el mayor jaló del
tirador de arranque del motor con fuerza, en un momento una ola le hizo perder
el equilibrio, el joven trataba de sujetarse fuertemente mientras a su vez
sacaba con un recipiente el agua que entraba al bote. Cada ola parecía más
grande que la anterior y chocaban a la embarcación de madera en una secuencia
de una tras otra. Rápidamente una embistió con tanta energía que hizo volcar al
peñero, sus ocupantes salieron despedidos, sin apenas darse cuenta fueron
tragados por la avalancha de agua, ambos tuvieron que hacer grandes esfuerzos
para salir a la superficie, el primero en lograrlo fue el joven seguido del
mayor quien le gritaba para orientarse en medio de la oscuridad ambos se
colocaron lo más cerca uno del otro pero les era difícil mantener esa posición
pues las olas los empujaban en direcciones distintas, solo la fuerza física les
permitía mantenerse a flote, jadeando por el cansancio ambos soportaron con
valentía pero la fuerza del mar se empeñó en separarlos, los gritos de miedo no
bastaban para orientarse en medio de tanta penumbra. Pasaron las horas y cuando
el mar se cansó de jugar con ambos marineros, las olas se calmaron pero ahora se encontraban lejos el uno del otro, los angustiosos llamados eran en vano, el sonido de sus voces se
perdían en la inmensidad.
Los primeros rayos del sol despuntaron en la lejanía el
joven pescador persistía nadando en dirección a lo que presumía era donde se encontraba
la costa, nadaba con la fuerza de la juventud, sentía el ardor que producía el ácido
láctico dentro de sus cansados músculos, la boca seca por la sal le hacían sentir
más sed, cuanta ironía sería el morir de sed rodeado de tanta agua, no había tiempo
de sentirse triste por no saber de su compañero, el vivir era su objetivo, y
luchaba por ello. Pasaban las horas, el sol en la cima de la cúpula celeste
alumbraba con intensidad, el azul del cielo bañado por los rayos del astro rey brindaban
un bello espectáculo pero el joven no podía apreciarlo, nadar era lo único que
podía hacer, jadeaba buscando aire, sus músculos le dolían, él no era un hombre
común, él era un hombre de mar, nació y vivió siempre al lado del mar pero no
moriría sus las saladas aguas, no hoy al menos, así pensó. Con determinación
siguió su viaje sin saber cuánto había avanzado, sin saber si estaba lejos o
cerca de tierra firme. La noche empezó a cubrir todo con su negro manto, ya no
sentía su cuerpo, el agotamiento era tan intenso que ninguna otra sensación tenía
cabida en su mente, a lo lejos divisó una masa de arena, color gris por las
tinieblas, pudo entonces divisar la imagen de su esposa y pequeña hija quienes estaban
paradas con el agua cubriendo sus rodillas, nadó con más fuerza, cada brazada
le acercaría más a sus dos amores.
Al día
siguiente el hombre mayor que estaba también en el vote consiguió el cuerpo sin
vida de su compañero, tirado en la arena, balanceado por las olas, velado por
las aves marinas y en su rostro inflamado por el ahogo su boca parecía dibujar
una sonrisa.
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