Dolor


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Pese a que era una tarde muy azul, el día se veía oscuro para la mujer, el momento que atravesaba era negro como su cabello, tan largo que caía sobre su espalda simulando una cascada de ébano. Caminaba sin saber a dónde iba, no tenía un destino, los carros tirados por mulas pasaban a su lado, carruajes cargados de frutas, los limones verdes y las bananas amarillas daban color a la vía pero ella en su tristeza no podía apreciarla, el dolor no le permitía distinguir más color que la oscuridad de su sufrimiento. Un perro le ladró cuando ella pasó cerca de sus cachorros, pese a lo tierno de los diminutos canes su alma estaba cerrada, agreste como un desierto donde la vida no se ve a simple vista, siguió su lento andar taciturno, sumergida en el mar de sus cavilaciones, ajena al mundo exterior, algunos niños en sus correrías tropezaron con ella, pero no la desviaron de su camino, otra mujer, entrada en años, vestida con una larga y colorida falda que rosaba el suelo, sus pies calzaban unas desaliñadas sandalias, y portando sobre su cabeza, una bandeja de barro con dulces para la venta, a viva voz ofrecía sus creaciones culinarias a los transeúntes, la mujer la ignoró, a ella y a su mercancía pese a tener días sin probar bocado alguno. Las horas pasaron y ella jamás se detuvo, sus pies debían dolerle pero el dolor físico era solapado por el dolor del corazón, y ese es el sufrimiento más agudo de la creación. Llegó al inicio de un puente, la estructura de madera no era muy larga pero cruzaba un acantilado profundo,  abajo surcaba un caudaloso rio, la mujer hizo un alto, miró hacia abajo, luego elevó la mirada, sus ojos se bañaron en lágrimas, sacó de entre sus senos una pequeña cajita de metal, era un portaretrato en el cual, se podía apreciar una foto en blanco y negro, la imagen era de un hombre, la vio, por un rato posó su mirada en ese trozo de papel. La noche hacía notar su presencia, la penumbra ganaba espacio al sol, ella elevó de nuevo su mirada al ennegrecido cielo y dio un paso al frente.







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