El precio de la libertad







El ave miraba a través de los barrotes de su jaula como otros pájaros revoloteaban en el cielo. Pese a haber nacido en cautiverio se sentía afligido por su mala suerte de tener que pasar sus días encerrado en una mazmorra metálica con apenas espacio para abrir sus alas y mucho menos para volar.

Toda el agua y comida le era suministrada en abundancia por sus poseedores humanos quienes lo tenían preso para deleitarse con su canto,  el cual era un sonido maravilloso, tal era la belleza de su canto que otras aves hacían un alto en sus vuelos para escucharlo, el don otorgado por la naturaleza a su especie era en realidad una maldición. Carecer de libertad era el precio a pagar por su talento.

Un día su trino ya no era el mismo, sus tonalidades se marchitaban como una flor en el desierto. Cada amanecer sus cuidadores se acercaban a la jaula tratando de disentir que le sucedía a su preciada mascota. El pajarillo ya no quería cantar, ellos no lo sabían pero la libertad le llamaba en silencio y con intensidad. El canario quería hacer compañía a las nubes y posarse en los verdes árboles, no soportaba el frio metal a su alrededor. El instinto le decía que el mundo era más grande que lo poco observable para sus diminutos ojos.
Un día, un niño vio la jaula desde fuera de la ventana donde estaba colocada, en medio de su inocencia sintió lastima por el encierro al que era sometida esa criatura alada, así que presuroso trepó a la rama de un árbol la cual le acercaba a la pajarera y delicadamente la abrió, se retiró con lentitud para no asustar al sorprendido prisionero quien se alejó lo más que pudo de la extraña presencia, el chico descendió  sin apartar la mirada del ave, esta sintió temor, curiosidad. Nunca antes había salido al mundo exterior, el diminuto espacio de su jaula era todo lo que conocía, allí tenia alimento, agua y la admiración humana pero no la libertad, ¿pero la quería realmente? ¿Deseaba cambiar la seguridad por la incertidumbre de la lucha diaria por sobrevivir?

El niño seguía esperando pacientemente a que el pajarillo saliera volando. El ave giraba su cabeza con duda, el sol había bajado sobre el horizonte, la noche pronto haría presencia y las aves de su especie no vuelan en la penumbra. El canario siguió temeroso, viendo la puertecita abierta pero no salía. El niño le llamaba desde abajo azuzándolo para que escapara, el ave lo escuchaba pero no tenía el valor de salir.
Pasaron así los minutos y uno de los humanos dueños del ave se percató que la puerta de la jaula estaba abierta, rápidamente la cerró, esta acción sorprendió al animal pues estaba petrificado ante la posibilidad de ser libre, abajo el niño que le había propuesto liberarlo se marchó al ver al dueño del ave, su rostro mostraba decepción por no haberla visto salir de su encierro.

El pequeño canario se vio de nuevo encerrado, ahora sin posibilidad de escapar pues la jaula fue asegurada con un candado, de modo que la puertecita no pudiera ser abierta. El ave sintió pena, pudo ser libre pero no tuvo la valentía de salir aún con la oportunidad de hacerlo.

A la mañana siguiente los dueños del ave despertaron sorprendidos del silencio que había en el ambiente, por primera vez no escuchaban el hermoso trinar de su avecilla, apresurados corrieron a la jaula donde yacía el pequeño cuerpo emplumado frio y rígido. La vida le había abandonado por la tristeza producida como consecuencia de no haberse atrevido a ser libre y ahora sabía que estaría encerrado para siempre.


La libertad no es para cobardes, quienes  no se atrevan a dar los pasos necesarios y salir al mundo fuera de la comodidad de su encierro corren el riesgo de perecer entre sus propios barrotes.





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