El viaje



El hombre de aspecto senil, muy entrado en años viajaba en el subterráneo, de pie, agarrado del pasamanos se movía lentamente al ritmo del enorme vagón, en silencio con un viejo libro bajo el brazo veía a las personas a su alrededor, en la primera estación vio entrar presurosos al tren, a una joven con un bebé de pocos meses en brazos. El pequeño dormía plácidamente con su pequeña boca entreabierta, la escena produjo gracia al anciano. El tren siguió su andar en medio de la oscuridad, cómo un enorme gusano atravesaba la ciudad hasta la siguiente parada, donde un grupo de jovenzuelos entraron al vagón produciendo un gran bullicio con sus voces y palabras altisonantes, sucios y llenos hormonas,  solo se ocupaban de sus cosas sin importarles quienes estaban alrededor. Su comportamiento molestó al hombre pero este permaneció en silencio. Una voz apenas comprensible sonó por los altoparlantes, habían arribado a la siguiente estación en la cual una pareja abordo el vagón, se veían enamorados, tomados de la mano no apartaban sus ojos el uno del otro, con ternura se besaban y reían de forma cómplice, para ellos no había nada más importante que su amor, con una mirada nostálgica el hombre los miraba disimuladamente, de pronto una lagrima cayo por su mejilla reflejando cierto dolor, no físico sino esa aflicción que lastima el alma. Pasados solo unos minutos arribaron a la siguiente parada donde al abrirse las puertas ingresó una pareja con niños, los padres se veían atareados tratando de contener a los pequeños quienes en su juego parecían querer liberarse de sus progenitores, los pasajeros debían apartarse dando espacio a la novel familia, el aparente caos llamó la atención del hombre, que en medio de sus observaciones no se percató que habían llegado a la siguiente estación en la cual una pareja de ancianos lentamente ingresaron a la cabina, con cuidado el anciano tomaba del brazo a su muy delicada pareja quien se veía frágil por los avatares del tiempo tras de sí. El hombre sintió deseos de ayudar pero su muy mal estado le limitaba. Pronto el tren siguió su camino, el hombre solo veía a cada uno de quienes habían ingresado en las diferentes estaciones. Él bebe, los jóvenes, la familia y la pareja de ancianos, cuando de pronto se percató que las puertas se abrieron ante una nueva estación, pero esta vez nadie se entró, miró a su alrededor y no había nadie, estaba solo, con sorpresa vio que ya no estaban los pasajeros que habían abordado después de él, detenido seguía el tren, todo en silencio. Pronto comprendió que había llegado a su destino. Le tocaba el turno de bajarse de ese tren llamado vida.






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