Una pelota arrogante






La pelota yacía en el patio de la casa, el sol había caído en el horizonte, la noche había llegado. Entre tanto el esférico objeto miraba al cielo cuando la primera estrella hacia su aparición en el oscuro firmamento, la pelota vio suspendida la lucecita y se río con desdén, pues se creía más grande que ella – No entiendo- dijo con arrogancia – como pueden los humanos ver con tanta fascinación a algo tan pequeño – he visto luciérnagas que emiten más luz – pensaba para sí misma.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El árbol de mango que con su gran tamaño veía  la pelota desde el otro lado del muro, le dijo en tono conciliador – las cosas no siempre son como creemos, pequeña. Todo depende de la perspectiva del observador – sus ramas se movieron cuando trató de ver al cielo - las cosas son como las vemos – insistió la pelota – mira esa estrella y mira aquella otra (los astros nocturnos empezaban a ser visibles a medida que la noche cubría todo con su manto) son pequeños puntos, un niño puede cubrirlas con sus dedos sin dificultad. En cambio yo – dijo tomando aire de forma muy arrogante – soy grande- los hombres jamás podrán taparme con un dedo pues mis redondas formas son voluptuosas – el árbol la miró con resignación, pero no continuó con la conversación, aunque algo debió molestarle pues varios mangos aún verdes cayeron desde sus ramas.

 Un ratón apareció entre una rendija del muro, la pelota lo vio y pensó – Hey, tu diminuta criatura - acaso no soy enorme, una vez un niño tapó el sol alzándome hacia el mal llamado astro rey, ja - ni ese disco caliente puede competir con mi circunferencia – decía solemnemente al roedor quien solo se ocupaba en olisquear el plástico con el cual estaba hecha la pelota. – Ve y dile a los tuyos que pueden venir admirarme cuando gusten- dijo al ratón cuando éste se marchaba.

 

Una leve brisa nocturna movió la pelota hacia otro lado haciendo que viera la luna llena que estaba haciendo su aparición esa despejada noche – Allí está ella otra vez con su pálido rostro, en cambio yo estoy maquillada con más colores que un arco iris- dijo celosamente a una lagartija que pasaba encima de la mesa de madera que estaba puesta en el patio, el reptil solo se limitó a sacar su lengua repetidamente, ignorando lo expresado por el esférico objeto.

 

Pasó un pequeño gato quien al ver la pelota decidió jugar con ella, el animalito zarandeaba la esfera de un lado al otro, mareada de dar tantos giros, reclamaba al felino, -detente, detente animal inmundo- gritaba con ira – no soy juguete de mascotas, soy un instrumento hecho para la alabanza de los humanos- ellos se emocionan cuando me ven volar por el cielo, intentan colgarme del firmamento para dar color al aburrido azul del cielo – decía petulantemente. El gatito seguía inmerso en su juego, cuando una de sus pequeñas garras abrió un huequito en la pelota, el aire empezó a salir poco a poco, el felino se marchó tan de improvisto como había llegado - Animal inmundo – gritó - eres una bestia, entre las bestias – despotricaba de forma histérica, y sin percatarse de la herida sufrida.

 Las horas pasaron y la pelota no dejaba de vanagloriarse ante todos los animales y seres de la noche, el alba despuntaba por el oeste, los niños despertaron y salieron a disfrutar de un nuevo día, se encontraron con un trozo de plástico multicolor aplastado en el suelo, inútil para jugar, el cual arrojaron a la basura y se dispusieron a jugar con el gatito que había vuelto al patio.

 

Y así termina la historia de la pelota arrogante que siempre creyó ser más grande de lo que realmente era.

 

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