Crisálida en la arena
La brisa acariciaba su rostro
tostado por el sol, esta era tibia, fresca, él cerraba sus ojos para sentir
cómo el calor de su piel, quemada por el sol, bajaba con el contacto de este
soplido de vida que le llegaba. El espejismo que había visto horas antes ya
había pasado, al menos eso creía, pues a lo lejos vio el brillo de un
relámpago; una nube negra se estaba formando en el cielo. El ruido que produjo
empezó como un susurro, pero segundos después fue tan intenso que la tierra
tembló. El hombre dirigió sus pasos hacia esa nube en formación, esperanzado de
que pronto la lluvia podría calmar su sed. En el cielo, el sol, amarillo y
redondo como un girasol, luchaba contra la nube para no perder su dominio en el
firmamento del mediodía. Los sonidos del viento en su andar por el desierto se
hacían una melodía para los oídos del hombre, pues sentía que pronto la lluvia
mojaría su cuerpo quemado por tantos días expuesto al sol desde que lo habían
arrojado a esa desértica costa desde su velero El Aurora, por los piratas quienes
lo habían tomado por sorpresa. Sin suponer que el hombre resistiría desde los
embates de las olas hasta las arenas del desierto somalí. Las primeras gotas de
lluvia cayeron sobre su rostro, el hombre abrió la boca para aprovechar cada
pequeña porción de líquido, y así, en medio de una lluvia que caía
descaradamente en presencia del sol, era la alquimia que le daba fuerzas para
seguir resistiendo. A medida que su cuerpo era empapado por el agua de la
lluvia, sintió salir de una crisálida en la cual había vivido hasta ese momento
en que, al peligrar su vida, sintió el renacer de un nuevo hombre capaz de
enfrentar las adversidades ocasionadas por la maldad de otros.
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